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El especialista italiano en educación asegura que cuando los chicos se aburren en clase, es porque no tienen buenos maestros. Dice que una buena escuela es la que logra que los niños desarrollen sus potencialidades.
“El derecho al estudio debería ser el derecho a tener un buen maestro”. Con esa frase termina Francesco Tonucci una jugosa charla con La Voz, a minutos de bajarse del avión en Córdoba, el viernes pasado, después de 13 horas de vuelo desde Roma. Viste camisa escocesa y zapatillas. No luce cansado.
Después de una entrevista para Voz y voto, el reconocido pedagogo italiano se presta a una segunda parte del reportaje. Mientras saborea un café negro comparte, parsimonioso y extremadamente amable, sus ideas cargadas de sentido común. Dice, por ejemplo, que cada alumno que la escuela pierde es un regalo para la delincuencia o que es insoportable que los niños se aburran en la escuela. Es sólo el principio de una conversación animada.
Tonucci casi no necesita presentación. Los maestros lo conocen, los gobiernos le piden asesoramiento y la gente común lo sigue.
Es maestro, pensador e impulsor de La Ciudad de los Niños, un proyecto que se expandió en gran parte del mundo (incluso en la Argentina) y que busca el regreso de los niños a las calles.
Más que pedagogo, a Francesco le gusta que le digan “niñólogo”, un neologismo que resume su dedicación al estudio, investigación y análisis de temas vinculados a la educación y a la infancia. También es el padre de Frato, su alter ego, un personaje que mira al mundo con ojos de niño y da voz a aquellos que normalmente callan. Sus viñetas se han reproducido en numerosas publicaciones.
Tonucci está en Córdoba, invitado por la Fundación Arcor, en alianza con otras instituciones, para contar por qué los niños son actores sociales indispensables en la transformación de las ciudades y de las escuelas. Aquí también recibirá un honoris causa, que le entregará la Universidad Católica de Córdoba.
–¿Por qué es necesario escuchar a los niños?
–La Convención de los Derechos del Niño plantea que las opiniones de los niños hay que tenerlas en cuenta. Las escuelas ganan cuando escuchan, respetan e implementan las ideas de los niños. Hoy en día la escuela sufre de un tema que Brunner decía que es insoportable: los niños se aburren. La mayoría se aburre y pareciera que esto es casi natural. Se considera natural porque siempre ha ocurrido. A las familias no les molesta que sus hijos se aburran en la escuela porque ellos se aburrieron. Lo que crea muchos problemas es que esto no preocupe a los maestros. Si se aburren, eso quiere decir que no tienen buenos maestros, no son maestros capaces de interesar a sus alumnos.
–¿Se aburren porque seguimos teniendo una escuela antigua?
–Los niños se aburren porque no ven en la escuela a “su” escuela. Ellos van a la escuela que es la escuela nuestra, no la suya. Gabriel García Márquez, que no era pedagogo pero sí un premio Nobel, decía que nosotros podemos nacer músicos o pintores o periodistas o investigadores o mecánicos o artesanos, y a veces no lo sabemos. El papel de la escuela –como el de la familia– sería poder descubrir lo que él llama “su juguete preferido”. Él dice: “Dedicarse totalmente a su juguete preferido es la garantía de la felicidad”. ¿Qué significa ser feliz? Realizarse, poder vivir haciendo lo que te gusta más. ¡Cuánto gozaría la sociedad de tener ciudadanos felices! Serían funcionarios más capaces, productivos, interesados, partícipes. Si yo puedo hacer lo que sé hacer mejor, voy a llegar a ser el mejor en ese sector y encontraré también trabajo. Hoy en día, ocurre lo contrario. El mundo económico indica a la escuela qué sectores debe desarrollar porque el mercado necesita eso. Es mentira, la economía de hoy no sabe lo que será necesario dentro de 10 años. No tenemos ningún elemento para decirles a nuestros hijos “si hacés ingeniería informática o enfermería, tendrás trabajo”. Si pensamos en lo que se necesitaba 10 años atrás, efectivamente todas estas previsiones se han vuelto erróneas y muchas personas han renunciado a ser lo que querían ser para ser lo que era útil ser y no ha sido útil.
–¿El rol del maestro sigue siendo central para la transformación de las escuelas?
–Cuando hablo de los maestros de mis hijos, hablo de suerte. Lo digo en serio y no creo que sólo me pase a mí. Mi primer hijo no tuvo suerte; la segunda ha tenido mucha suerte porque tuvo una maestra estupenda que le ha dado bases de las que está gozando hasta ahora; el tercero, regular. Esto es muy común y no puede ser. Por eso digo que en la escuela hay tres elementos: uno son los programas, los objetivos, lo que se propone que se realice; los otros, la didáctica y la evaluación. Nuestros gobiernos se han dedicado desde siempre al primero. En Italia cada gobierno ha hecho una reforma, se ha cambiado todo, disciplina, horarios, arquitectura de la escuela... Lo que ha quedado igual es la escuela. La escuela ni se ha dado cuenta de todas las reformas. Desde hace más de 10 años ha llegado a ser interesante el tercer punto: la evaluación. Lo que a nadie le ha interesado nunca es lo que ocurre adentro, la didáctica, los maestros. En todas las reformas hay casi nada sobre la formación de los maestros. Yo creo que un buen maestro no necesita ni de programas ni de evaluaciones. Los que conocí como buenos maestros siempre han tenido un afecto fuerte de los alumnos y un respaldo fuerte de las familias.
–¿Cuál es una buena escuela?
–La buena escuela es la que sabe hacer lo que dice la ley sobre la educación, que ofrece a cada uno de los alumnos la posibilidad de desarrollar sus capacidades individuales. Sobre esto hay una poesía de Loris Magaluzzi que decía: los niños tienen 100 lenguas, 100 maneras de pensar, de jugar, 100 lenguajes, pero les roban 99. ¿Quién roba a los niños? Muchos. La escuela es uno de ellos. ¿Cómo hace la escuela para robar tanto? Ofreciendo poco. La escuela no consigue ser una buena escuela porque sigue poniéndose como la escuela de la Lengua y de la Matemática. Todos los niños que encajan en esta competencia son buenos, los que van adelante. Los que nacieron músicos, periodistas, investigadores o artesanos quedan al margen y allí la responsabilidad es muy fuerte.
–Porque entonces se pierden alumnos...
–La escuela no debería poder perder ni un alumno. En Italia, la dispersión escolar no es muy alta. Pero, entre los delincuentes, el 95 por ciento no ha terminado la escuela obligatoria. Este es un tema muy fuerte sobre el que la escuela tiene que reflexionar. La escuela no puede perder alumnos porque, si los pierde, los regala a la criminalidad. Esta es una responsabilidad muy grande. Esto significa que estos niños salen de la escuela como burros, como rechazados, como incapaces, y encuentran un señor que les dice: “Yo confío en ti, aquí tienes una pistola, puedes utilizarla y yo te doy un montón de dinero, te reconozco”. La escuela no lo ha reconocido, la escuela lo ha perdido.
–Una de sus viñetas más famosas es la que dibujó hace más de 40 años en la que representa a una escuela como una fábrica. ¿Cómo la dibujaría hoy?
–Es una pregunta problemática. El dibujo de entonces no era correcto. No era así. Era un símbolo para decir que la escuela obliga a los niños a transformarse como la escuela quiere y los hace a todos iguales. Entraban todos distintos, salían todos iguales y había un tubo de descarga de todos los que no cumplían. Creo que en la sustancia la dibujaría igual. No debería ser que los alumnos aprendan lo que dicen los programas escolares, sino que la escuela sea capaz de favorecer que cada uno desarrolle sus potencialidades. También hay un tema de aprendizaje, no lo niego, pero no puede ser el objetivo principal. Puesto de esta manera, la evaluación no sería el tema principal de nuestros países y de nuestros ministerios. Todo termina dentro de la competencia del maestro. El derecho al estudio debería ser el derecho a tener un buen maestro.
FUENTE: lavoz.com.ar
Fecha:
22 de Octubre de 2018 Lugar: Regresar |
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